Todos los años por estas fechas llegan los calçots. Un producto vegetal que no es otra cosa que una variedad de cebolla dulce y muy sabrosa (Allium Cepa) a la que en origen se denominan popularmente calçots. Puestas sobre fuego hasta que esté bien churrascadas y acompañadas de una salsa de frutos secos, ñoras, aceite, vinagre y sal se convierten en el ritual gastronómico.
Cataluña es la cuna de esta comida tradicional y guarda con esmero esta tradición. Su consumo llega hasta bien entrado el mes de marzo. Aunque su temporada óptima arranca a mediados de enero y terminan a finales febrero. Lérida y Tarragona son las provincias que rivalizan por ser la número uno en consumo y popularidad. La localidad de Valls se ha convertido desde hace años en la cuna de este producto que atrae a miles de personas durante la temporada.
La costumbre gastronómica de comer calçots ha llegado hasta tierras aragonesas y en nuestra capital es fácil encontrar establecimientos que en temporada, ofrece esta delicia de la huerta. El servicio completo incluye además de los calçots, mochetas blancas con butifarra; costillas a la brasa y como postre crema catalana. No puede faltar el porrón con un buen moscatel bien frío.
Este fin de semana probamos la calçotada del Restaurante El Foro. Pedro Martín, chef de la casa, le ha dado una vuelta al menú tradicional sin perder su esencia. Arranca el servicio con la clásica teja de barro que mantiene un fardo de calçots protegido con papel un de periódico para mantener una temperatura adecuada. Uno de los secretos consiste en elegir piezas de tamaño parecido para que su cocción sea idéntica . Para iniciar el ritual, es imprescindible el babero y el guante de plástico que evitará tiznarnos las manos. A este pase le acompañan unas olivas negras de la variedad aragonesa Empletre aderezadas con cebolla, aceite y pimento. El l porrón de vino suavizado con gaseosa bien fresquito acompaña este primer pase . El cliente puede optar por quedarse de pie entrono a una mesa alta que facilita mucho la posición para desgustar el producto. Muy recomendable.
Ya sentados en la mesa, aparece una ensalada de cebolla asada, rabaneta y salsa japonesa. Le sigue una cebolla en tempura con salsa de anchoas. El siguiente pase son las tradicionales costillas de ternasco a la brasa y para finalizar a cambio de la clásica crema catalana, Pedro ofrece una crema Brulée que no deja de ser una variación sobre el mismo tema. El día de nuestra visita el restaurante estaba prácticamente lleno.
Este menú estará disponible previa reserva, durante todo el mes de febrero a un precio de 30 euros para mesa completa.